jueves, 14 de junio de 2012

Sueño II

Otro de mis extravagantes sueños, los cuales iré publicando si el tiempo y la memoria me lo permiten.

Un día con cielo despejado. Sin embargo, el sol no se ve por ningún sitio, recorra cuanto recorra el cielo con la mirada. La luz que ilumina el camino, protegido de las sombras del bosque, es homogénea, como si no viniese de ningún sitio en particular.
Un fuerte resplandor se cuela por la masa oscura de la vegetación, por la cual me muevo hasta llegar a aquello que brilla.
Es un puente de plata trepanada, que une una orilla de bosque con otra, sobre el camino de arena.
Salgo del bosque y avanzo hasta la mitad del puente, en la cual me detengo, y apoyo los antebrazos en su borde resplandeciente.
Abajo hay alguien. De pronto, le reconozco como a Él, pero no se quién es.
Sólo sé que tiene alguna relación conmigo, según dictan mis sentidos.
Un dolor afilado e intenso entonces me hace bajar la vista a mis brazos, de los cuales se derraman ríos de sangre que resbalan veloces por el trépano de la plata.
Los aparto del borde, y me fijo en que éste se ha transformado su forma plana en un filo a doble vertiente en toda su longitud.
Algo me dice que no hay nada malo, que puedo volver a posarme sin problemas.
Y mis brazos lo hacen solos, se vuelven a apoyar sobre el afilado borde, que cada vez penetra y perfora más mis venas. El dolor crece, pero no puedo retirar los brazos.
Él, que está abajo, me ayudará. Seguro que lo hará.
Pero le llamo, sin voz, cual actriz de una película muda, y Él ni siquiera vuelve la vista.
Está mirando fijamente, de espaldas a mi, el final del camino, que se pierde en el horizonte.
Dirijo hacia allí la mirada, donde algo está avanzando ávidamente en dirección a nosotros.
Es agua, pero me produce un inexplicable terror que, al fin, me permite liberar mis destrozadas muñecas del filo ensangrentado, que casi ha alcanzado a rallar mis huesos.
Siento un enorme impulso de apartarme del puente, aunque sobre él esté segura del extraño y siniestro río que se acerca.
Pero no puedo irme sin advertirle, sin decirle que se salve. Mas mi voz no se presta a mi voluntad, y sigo articulando palabras que jamás alzan el vuelo.
Entonces, terminando de desgarrar lo que queda de mis brazos, apoyo las palmas de las manos en el filo, y me inclino con el corazón ahogándome, intentando gritarle, sin éxito.
Cuanto más avanza el río, más se puede alcanzar a oír algo.
Son risas, gemidos, gritos.
Y vienen del río.
Él sigue de pie, sin alterarse lo más mínimo, contemplando cómo se acerca el agua.
Los sonidos van creciendo en volumen, y el río, inesperadamente, se detiene a escasos metros de Él.
Contemplo con horror los fantasmales rostros que se retuercen, serpentean y lanzan quejidos en el agua.
Él se da la vuelta, y mira hacia donde estoy, pero sin verme, buscando con la mirada como si yo estuviese hecha de aire.
Al fin parece atisbarme, y en su rostro se dibuja una enorme sonrisa, a la par que sus ojos se abren con euforia.
Entonces, se vuelve de nuevo, entusiasmado.
Y, un segundo más tarde, el río le devora, continuando su camino,llenando ese espacio arenoso de algo horripilante, hasta el otro extremo del horizonte.

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