miércoles, 9 de enero de 2019

La súcubo

La inspiración suele llegar en los momentos menos oportunos, y muchas veces en forma de bocanada de susurrantes frases, imágenes o anhelos. El siguiente relato es producto de una de esas ocasiones, concebido, ni más ni menos, en horas laborables:

Se había marchado. Él no sabía exactamente cómo: si a través de la puerta difusa de sus sueños, en lo cual habían creído fervientemente los devotos del medievo; o directamente desde su fenestra, rompiendo el lago nocturno en u vaivén de ondas inquietantes al alzar el vuelo. 
Súcubo, Onoskelis, Lilith... Muchos eran los nombres y criaturas comprendidas en ese inmenso glosario de la fe de Dios, más que para los seres sagrados; pero para él siempre sería la súcubo. 
Solía sentirse tentado de llamarla "mi súcubo", pero comprendió con su marcha que jamás debió haber considerado suya a una criatura como ella, de naturaleza ávida, siempre sedienta de superioridad. 
Su espíritu cazador la llevaría a visitar a otros humanos y dispensarles el mismo amor funesto que otrora le profesase a él. 
Sin embargo, ellos no correrían su mismo destino, en parte afortunado. Prueba de ello serían sus cadáveres despedazados, esparcidos sobre las ensangrentadas camas cuando amaneciese. 
A él le había reservado el languidecer, el lacerante recuerdo y las hostigadoras preguntas sin responder. 
No obstante, encontró una explicación, un bálsamo para sí mismo, y asumió su dolor como la consecuencia de una obviedad ignorada. 
Después de lo que le pareció una noche sin fin, se vio gratamente contrariado. 
Una vez que su biológico ego quedó saciado, ella pudo pensar al margen de sus infernales instintos. 
Él se despertó cuando algo espeso y frío se adhirió a su cuerpo. Al abrir los ojos, ella le ofreció un macabro espectáculo en apariencia, pues sobre su cama, rodeandole, descansaban los corazones destrozados de cuantos amantes tuvieron el infortunio de ser seducidos por ella en ese lapso atemporal. 
-Los juguetes se acaban rompiendo. - declaró ella únicamente. Y no hizo falta más, puesto que había vuelto a él con su monstruosa ofrenda.

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